Salamanca, un grito de auxilio que nadie quiere escuchar
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“En el 2007 un informe de la Cámara de Diputados reveló que Salamanca sigue siendo la ciudad más contaminada del país y el Gobierno Federal reconoció que Salamanca es una ciudad-veneno, pues los salmantinos respiran más partículas suspendidas y óxido de azufre que en el Valle de México.”
Superar los niveles máximos de contaminación ambiental en Salamanca es cosa demasiado frecuente, el olor a ajo, a huevo podrido, a cadáver en descomposición y azufre es parte del paisaje, las cifras de mortandad y los casos de cáncer entre la población ocupan los primeros lugares en el país, las enfermedades respiratorias representan el primer motivo de consulta en la ciudad, y es que los salmantinos desde hace décadas están expuestos cotidianamente a un impresionante y mortífero coctel de residuos y emisiones tóxicas: al impacto de las 10mil toneladas al aire libre de DDT, Malatión y Paratión, venenos de altísima toxicidad que dejó la empresa Tekchem antes de cerrar; a la diaria emisión de gases tóxicos de carbono, azufre y nitrógeno (CO, SO2 y NO2) de la Refinería de PEMEX y la central termoeléctrica de la CFE; a los gases tóxicos de las empresas Univex y Sales del Bajío; a las más de 30,000 toneladas de Residuos Peligrosos que arrojó hace más de 35 años la empresa Quidesa al socavón del Cerro de la Cruz, en donde en mayo 1998 un adolescente resbaló en el lodo y murió asfixiado y quemado por ácido sulfúrico; a los lodos Residuales que contienen Arsénico de la Planta de Tratamiento de Aguas tirados junto a la CFE; al viejo tiradero a cielo abierto y a las múltiples fugas y descargas que contaminan tuberías de agua, pozos y ríos.
Por si fuera poco, existe un gran desconocimiento entre la población, las autoridades y los centros de salud en relación a como reaccionar en casos de contingencia, pocos saben de las sustancias contaminantes, los efectos que producen y como debieran ser tratados los pacientes, tal fue el caso de la explosión septiembre del 2000 cuando una nube grisácea de malatión cambió la vida de los casi 16 mil habitantes de las colonias de San Juan de la Presa, Nativitas, Obrera y el Pitayo quienes corrieron sin saber que hacer en el momento y hasta la fecha padecen las secuelas de la inhalación de los gases tóxicos de ese fatídico día, o la familia que se llevó maderos de Tekchem a su casa para calentarse y al respirar el humo una de sus hijas comenzó a convulsionarse y murió, y la otra se quedó sin habla; o el pasado diciembre con el incendio en las lagunas de oxidación en PEMEX.
El desorden urbano característico de todos nuestros municipios en Salamanca se torna más crítico ya que se han regularizado asentamientos invadidos ilegalmente en zonas altamente peligrosas por ser inundables y con contaminantes en el subsuelo y grandes cantidades de flúor en el agua.
Cerrarla nunca ha sido opción ya que, estas plantas viejas, destartaladas y contaminantes como están, revisten una gran trascendencia social al proveer de electricidad y combustibles a toda la región y ser la única en el país que produce lubricantes, parafinas y alcohol isopropílico.
No nos queda sino sumarnos a nuestros vecinos salmantinos para amplificar sus legítimos reclamos, hasta que resuenen en los oídos sordos de las autoridades en cuyas manos está el resarcir el pasivo ambiental, reparar y dar el mantenimiento que se le ha negado a esta planta todos estos años y apoyarlos en la integración de un Consejo Consultivo Ambiental que trascienda a las administraciones, saque a la luz los cientos de estudios, casos y datos documentados actualmente archivados y ayude a las autoridades a evitar asentamientos o instalaciones de nuevas empresas en lugares contaminados o zonas inundables. Ese grito de auxilio debe ser escuchado y todos ellos merecen vivir una vida digna y saludable en su ciudad.
Javier Hinojosa
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