Donald Trump: No hay mal que por bien no venga
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“ No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio.”
Charles Darwin
Los mexicanos en general somos desunidos y cada quien jala por su lado buscando su beneficio personal, así fue durante la conquista cuando los tlaxcaltecas se aliaron a Hernán Cortés y se convirtieron en fuerza decisiva en su victoria, y así somos las más de las veces, sin embargo nuestra historia nos demuestra que cuando identificamos a un enemigo común, surgen espontáneamente de lo más hondo de cada mexicano el patriotismo, la unidad, el valor y la solidaridad, circunstancias en las que nuestros ancestros han sido capaces de luchar hasta el último aliento, e incluso dar la vida por la causa.
Nuestra historia está escrita en páginas llenas de heroísmo: La larga y cruenta guerra de independencia contra la tiranía española, las guerras contra Estados Unidos en su afán expansionista que culminaron con la defensa de los niños héroes en el Castillo de Chapultepec, la encarnizada batalla de Puebla contra el imperio francés, la sangrienta revolución en contra del dictador Porfirio Díaz, la guerra de los cristeros contra las reformas anticlericales de Calles, el apoyo popular a Lázaro Cárdenas durante la expropiación petrolera, son solo unos ejemplos de lo que hemos sido capaces cuando nos hemos unido por una causa justa.
El ver hoy en día a más del 90% de la población repudiando al candidato republicano del vecino país, fruto de su lenguaje despectivo e insolente hacia nosotros, nos pone a todos del mismo lado uniendo por igual a ricos y pobres, morenos y blancos, letrados y analfabetos, obreros y empresarios, niños, jóvenes y adultos de todos los sexos, académicos, artistas e incluso nuestra deteriorada y desprestigiada clase política con la excepción desde luego de los desorientados promotores de la absurda reunión.
Revivir en la memoria colectiva de los mexicanos recuerdos y sentimientos que se asocian con el despojo de la mitad de nuestro territorio en una guerra desigual, la firma de tratados ominosos y una historia reciente caracterizada por la opresión y discriminación de los migrantes es una invitación irresistible para unirnos en nuestra mexicanidad y despertar un nacionalismo que puede ser encauzado positivamente para cambiar estilos y costumbres americanizados que no nos han traído paz, prosperidad ni felicidad.
Y es que nos hemos asumido como país tercermundista y, en aras de una malentendida modernidad, nos hemos dejado invadir por una cultura y un estilo de vida ajeno, de la mano de una oferta deslumbrante de productos y novedades, empujados por una publicidad tan seductora como perversa, haciendo de nuestro país el mayor consumidor de refrescos azucarados, frituras y fármacos, adoptando una economía basada en el consumo y el desperdicio con funestas consecuencias a nuestra salud y al medio ambiente y copiando ciegamente esquemas insostenibles de desarrollo urbano y movilidad.
Este muro del que tanto se habla y tanta indignación genera, podríamos verlo como una oportunidad y una excusa para iniciar un cambio sin armas ni violencia, dejar de vernos como tercermundistas, rescatando nuestra autoestima como país y dejando atrás nuestro característico malinchismo, dentro de una nueva y más madura mexicanidad que nos permita transitar un camino de cultura y desarrollo que históricamente no hemos tomado en serio, promoviendo un localismo moderado que sirva de contrapeso a esta globalización que está carcomiendo la industria nacional. Una nueva revolución industrial, en la que le entremos a los fierros, a los motores, a las máquinas, a los circuitos, a la electrónica y la programación, fabricando y consumiendo productos originales y duraderos nacidos de nuestro ingenio que satisfagan necesidades reales, una revolución agrícola y alimentaria cultivando y consumiendo productos artesanales empacados en pequeñas y medianas compañías locales, envueltos y contenidos en empaques sustentables, llevando nuestra moda y exquisita gastronomía a los limites de la genialidad, más redes sociales y menos control mediático, más música, literatura, arte y cine promovido en redes y espacios públicos y menos refritos triviales prefabricados para el consumo de masas conformistas, globalizadas y adormecidas, más comercio local y menos megatiendas, más microeconomía, más ciudades humanas, más oportunidades para el autoempleo y la autoconstrucción, más control de nuestra moneda cuidando su emisión al margen de Fondos Monetarios y Bancos Mundiales.
Muchos ilegales podrían ir trayéndose su lanita para convertirse aquí en ciudadanos de primera, contribuyendo a la prosperidad de este hermoso y rico país en lugar de vivir como arrimados y de ribete pagar por ese disparatado muro.
Javier Hinojosa
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